Fernando e Isabel by Hermann Kesten

Fernando e Isabel by Hermann Kesten

autor:Hermann Kesten [Kesten, Hermann]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Novela, Histórico
editor: ePubLibre
publicado: 1935-12-31T16:00:00+00:00


El aliado la muerte

El verano del año 1474 fue fértil. Dios envió la lluvia y el sol en los momentos oportunos y bendijo el campo y los rebaños, las tierras y los viñedos, los olivos y las moras. Todo floreció y dio frutos en abundancia. Las higueras rebrotaron con fuerza y las vides despidieron su intenso aroma. La dorada bendición llenó los graneros, los establos y las ciudades. Los cipreses y las palmeras se abanicaron a la suave brisa. Las palomas se arrullaron. Los osos sorbieron la miel silvestre. Los ciervos lucharon por su placer. Los zorros engordaron y los corzos perdieron su agilidad. La peste, la hambruna y la guerra civil abandonaron las tierras. Don Juan Pacheco, maestre de la Orden de Santiago y maestro de todas las intrigas, murió repentinamente a causa de un absceso en la mejilla, el 4 de octubre de 1474. Las uvas fueron tan grandes como no se había visto en mucho tiempo. Los granados florecieron. Los rosales florecieron con abundancia. El aceite salió a chorros de las aceitunas. Los gusanos de seda se multiplicaron. El cielo sonrió y dio a cada animal, a cada planta, a cada hombre y a cada mujer según su necesidad. La esquila de las ovejas dio el doble de lana, el ganado se reprodujo desmesuradamente, la miel desbordó los panales, las flores y las bayas crecieron incluso entre la arena y las piedras. La bendición de Dios cubrió con abundancia las mesas de ricos y pobres. Incluso los esclavos del país, los maltratados esclavos, pudieron comer hasta saciarse. Los esclavos moros se prendieron una flor de granado en la oreja y pasearon por la morería de cinco en cinco, cogidos de la mano. Los esclavos cristianos cantaron: «María, dulce Virgen María, mi triste día se ha acabado». Los esclavos judíos se reunieron por las noches a la entrada de la judería y canturrearon las canciones de sus grandes poetas españoles Jehuda Halevi o Salomón Ibn Gabriol. Se lamentaron: «Junto a las aguas de Babel estábamos sentados llorando, con nuestras arpas apoyadas en el sauce llorón». Los ricos toleraron generosamente la alegría de sus esclavos y contemplaron benévolamente los bailes y las fiestas de los pobres y se dijeron: «Ved a los pobres, qué necios. Apenas han comido hasta la saciedad, apenas ha puesto un huevo su gallina o tenido una ternera su vaca, matan a la ternera y saltan y cantan. ¿No piensan en la sequía del año que viene?», y luego exclamaban, «¡Quién tuviera la ligereza de corazón de los pobres! ¡Miradlos! ¡No les falta de nada! Y, aun así, se lamentan y gritan: ¡Más! ¡Más! Dios ve esta alegría desbordante y la tolera. ¿Hasta cuándo tolerará la Iglesia la alegría de los pobres?». Es preciso reformar la Iglesia, pensó la gente rica. Los pobres cantaron y bailaron. Los jóvenes se casaron o tuvieron hijos y Dios bendijo a Castilla.

Tres señores optaron al honor de ser maestres de la Orden de Santiago: Cárdenas, el conde de Paredes y el joven marqués, el hijo de Pacheco.



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